Cuando Sor María Rosa entra en la vida religiosa lo hace en una Corporación de Hermanas de la Caridad que proviene de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. La espiritualidad en la que se forma y vive su consagración es vicenciana. Después, con el paso de los años, descubre que la Corporación vive desligada de toda autoridad eclesiástica, que ha roto los vínculos con las Hijas de la Caridad. Habla, sin éxito, con Sor Luisa Estivill y con las hermanas de Reus para buscar una solución.
Es una situación muy delicada que le hace sufrir y le lleva a tomar una decisión crucial. María Rosa siente en su interior lo que ella llama “orfandad espiritual” y un profundo deseo de ser Hija de la Iglesia. Apoyada en la oración y aconsejada por algunos eclesiásticos, discierne con sus Hermanas de Tortosa cuál es la voluntad de Dios. El 14 de marzo de 1857 deciden, las doce Hermanas, solicitar a la autoridad eclesiástica de la Diócesis de Tortosa ser acogidas “bajo su protección y dirección”. Su petición es acogida favorablemente y D. Ángelo Sancho, en calidad de Vicario Capitular y Gobernador eclesiástico, le responde que “es más conforme al espíritu de la Iglesia y al santo fin que se han propuesto, depender en lo sucesivo en lo espiritual de la autoridad eclesiástica ordinaria de la Diócesis”. Posteriormente se nombra a María Rosa Molas superiora de las Hermanas de la Casa de Misericordia, renuevan sus votos y se abre el Noviciado.
El 14 de noviembre de 1858 se le da el nombre de Congregación de Hermanas de la Consolación, dado que “las obras en que de ordinario se ejercitan las Hermanas se dirigen todas a consola…” Después, a partir de 1871, se completa el nombre con la advocación mariana de Nuestra Señora de la Consolación ya que María Rosa Molas quiere poner a la Congregación bajo la protección de la Virgen.







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